
Era segundo de primaria. Para entrar al salón de clase nos formábamos frente a la puerta, donde se sentaba la maestra Caridad a la puerta, y como en confesionario, preguntaba, uno por uno, las tablas de multiplicar.
Dos por uno, dos; dos por dos, cuatro; dos por tres… Y si te equivocabas, podías recibir algún pellizco. Lo que si era seguro es que regresabas a la cola y tenias que repetir tantas veces fuera necesario, hasta que te supieras la tabla completa.
No recuerdo en cuánto tiempo me aprendí las tablas. Si recuerdo que cuando terminamos con la tabla del 10, la temática de preguntas cambio a multiplicaciones al azar: 3x4, 7x6, 8x8… Y se repetían las colas y los castigos.
La maestra Caridad era conocida por los alumnos como la más regañona, estricta y difícil del segundo año. A lo mejor de toda la escuela. Pero también era conocida por las mamás como la mejor maestra de segundo año. Hoy pienso que tuve suerte en haber estado con esa maestra. Aunque todavía se me olvidan algunas tablas...