sábado, 12 de febrero de 2011

¡Chiras Pelas!


    En aquellos años de la primaria, uno de los juegos más populares eran las canicas. ¿Sabes lo que es una canica? Porque si no, ni sigas leyendo, para que…

    El juego de canicas tiene muchas variaciones, por época, pueblo, país, etc y según el juego, eran las reglas. La forma en que lo jugábamos nosotros tenía muchas reglas, y a cada regla se asociaba una frase, como “Chiras Pelas”


    Pero ¿cómo jugábamos?: Lo tradicional era jugar en un campo de tierra. Se pintaba una raya en el piso, y esta era la salida. Todos los jugadores, parados “Atrás de la Raya”, usaban su “tirito”, o sea, su canica favorita.  Tiraban tratando de acercarse al “Hoyito”, un agujero poco más grande que el tamaño de una canica. El hoyito estaba a unos tres metros de la raya.

    La finalidad del juego era eliminar a todos los oponentes. La forma más sencilla era meter tu canica en el hoyito, con lo cual obtenías el poder de matar a cualquier oponente con solo pegarle.  Las frases usadas eran entonces: “Entrus” cuando la metías en el hoyo, “Las traigo”, para indicar que podías matar a otros y, “Pelas” cuando matabas a un oponente.

    Cuando esto pasaba, quedabas fuera del juego hasta que solo quedara un vencedor. Por supuesto que cada que un jugador quedaba pelas, pagaba con una canica al que lo mataba y, al final, todos pagaban otra canica al que quedaba vencedor.

    Cuando te iban a tirar para matar, tenías la opción de decir “Chiras Pelas”, antes de que tirara. Esto significaba que si al tirarte a ti, le pegaba al mismo tiempo a dos jugadores, hacia “Chiras” y por tanto él era el que quedaba “Pelas”.

   Había otra forma de matar a tus oponentes, cuando “No Las Trais”. Si le pegabas a un oponente y lo hacías cruzar la “rayita” entonces también estaba muerto. Si al tirar, tu salias de la raya y el no, el muerto eras tú. Pero esto también tenía sus variaciones. Podías pedir “Hay Palomas y Calacas”. Esto significaba que si tu canica salía pero la del oponente no, quedabas muerto tu, pero si salían las dos, los dos se morían.

    Existían muchas más reglas, como “pinta tu raya”, “Altas en sus rodillas”, “Bajas”, “Altas y bien paradas”.  Casi todas las reglas suenan a doble sentido. Cuando yo jugaba no me daba cuenta de eso, pero ahora que lo escribo…


    Yo era de los que siempre regresaba a casa sin canicas. Mi hermano mayor, salía solo con una canica y regresaba con las bolsas llenas.

                        Ah, y había que tirar de “huesito”, 
                                    porque solo las niñas tiraban de “uñita”.

La Zapata

    La primaria en que estudié, la Escuela Primaria Emiliano Zapata, era conocida por todos nosotros como “La Zapata”. Está localizada en el corazón de la Colonia Industrial, al Norte de la Ciudad de México.  Sobre la avenida Fundidora de Monterrey y dividiendo en dos la calle Victoria, ocupaba un  área de unos 5,800 metros cuadrados. Y digo ocupaba, porque ahora ya son dos escuelas.  La dividieron en dos. Cuestión de Sindicatos, plazas…

    El edificio, de dos pisos, tenía salones a todo el derredor. En el centro estaba la” plataforma”, elevada como un metro, usada para las ceremonias.  Todos los Lunes se iniciaba la semana con los honores a la Bandera y cantando el Himno Nacional.  Además había ceremonias en días especiales para conmemorar algún héroe o día nacional.

    A espaldas de la primaria, en la misma manzana, se encontraba un jardín de niños. Jardín de niños “Ángel de Campo”. En él estudie el “kínder”.

En mis tiempos de primaria, la directora titular era la profesora Justina González. La recuerdo como una persona baja de estatura, pelo cano recogido en un chongo, como usaban las abuelitas de ésa época.  Voz fuerte, de movimientos rápidos y expresión dominante. Debió haber hecho muy buen trabajo, hoy existe una primaria con su nombre.

    Las clases iniciaban a las ocho de la mañana, y se anunciaba con el toque de la “campana”, que era un tramo de riel colgado junto a la escalera al que golpeaba el conserje, Don Eligio,  con un tramo de tubo. La campana se tocaba después para el recreo, de 10:00 a 10:30. La salida de clases era escalonada. Primero y segundo salían a las 12. Tercero y cuarto a las 12:30 y quinto y sexto año a la una de la tarde. Supongo que para evitar aglomeraciones a la salida y peleas entre chicos y grandes.

    Mis Maestras: Primer año, Rosita. Segundo año, Caridad. Tercero, Carmen. Cuarto año, Carmelita. Quito, Alicia  y, sexto año,  Griselda. De esta última tengo muy buenos recuerdos. Aprendí a usar una de las herramientas más importantes en las matemáticas y que he usado prácticamente toda la vida: “La regla de Tres”.

    Lo que nunca aprendí, fue ortografía. Todos los días se hacía un dictado. Intercambiábamos hojas con el compañero de al lado para calificarlo y por cada palabra mal escrita, quedaba de tarea escribirla 15 veces cada una, por supuesto que bien escrita. A pesar de haber hecho miles de palabras durante el sexto año, mi ortografía no mejoro absolutamente nada. Bendito Word que tiene corrector ortográfico, que sería de lo que escribo sin él.