sábado, 12 de febrero de 2011

La Zapata

    La primaria en que estudié, la Escuela Primaria Emiliano Zapata, era conocida por todos nosotros como “La Zapata”. Está localizada en el corazón de la Colonia Industrial, al Norte de la Ciudad de México.  Sobre la avenida Fundidora de Monterrey y dividiendo en dos la calle Victoria, ocupaba un  área de unos 5,800 metros cuadrados. Y digo ocupaba, porque ahora ya son dos escuelas.  La dividieron en dos. Cuestión de Sindicatos, plazas…

    El edificio, de dos pisos, tenía salones a todo el derredor. En el centro estaba la” plataforma”, elevada como un metro, usada para las ceremonias.  Todos los Lunes se iniciaba la semana con los honores a la Bandera y cantando el Himno Nacional.  Además había ceremonias en días especiales para conmemorar algún héroe o día nacional.

    A espaldas de la primaria, en la misma manzana, se encontraba un jardín de niños. Jardín de niños “Ángel de Campo”. En él estudie el “kínder”.

En mis tiempos de primaria, la directora titular era la profesora Justina González. La recuerdo como una persona baja de estatura, pelo cano recogido en un chongo, como usaban las abuelitas de ésa época.  Voz fuerte, de movimientos rápidos y expresión dominante. Debió haber hecho muy buen trabajo, hoy existe una primaria con su nombre.

    Las clases iniciaban a las ocho de la mañana, y se anunciaba con el toque de la “campana”, que era un tramo de riel colgado junto a la escalera al que golpeaba el conserje, Don Eligio,  con un tramo de tubo. La campana se tocaba después para el recreo, de 10:00 a 10:30. La salida de clases era escalonada. Primero y segundo salían a las 12. Tercero y cuarto a las 12:30 y quinto y sexto año a la una de la tarde. Supongo que para evitar aglomeraciones a la salida y peleas entre chicos y grandes.

    Mis Maestras: Primer año, Rosita. Segundo año, Caridad. Tercero, Carmen. Cuarto año, Carmelita. Quito, Alicia  y, sexto año,  Griselda. De esta última tengo muy buenos recuerdos. Aprendí a usar una de las herramientas más importantes en las matemáticas y que he usado prácticamente toda la vida: “La regla de Tres”.

    Lo que nunca aprendí, fue ortografía. Todos los días se hacía un dictado. Intercambiábamos hojas con el compañero de al lado para calificarlo y por cada palabra mal escrita, quedaba de tarea escribirla 15 veces cada una, por supuesto que bien escrita. A pesar de haber hecho miles de palabras durante el sexto año, mi ortografía no mejoro absolutamente nada. Bendito Word que tiene corrector ortográfico, que sería de lo que escribo sin él.

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