
A esa primera pareja de pichones les puse por nombre Adán y Eva. Me queme el coco. Pero con el paso de los años llegue a tener un ciento de palomas y un palomar muy decente.
Adán y Eva siempre fueron mis palomas preferidas. De color blanco con el cuello y la cabeza gris. En especial el macho tenía en el cuello colores vivos entre verde y azul, muy brillantes y tornasolados. Les corté las alas al principio, para que hicieran nido y conocieran esa casa como su casa.
El primer nido fue un fracaso. Culpa mía. Llovió y se mojo. Se malograron los huevos. La segunda vez, ya con un palomar mejor logrado, nació la primer pareja de pichones. Que maravilla es el ciclo de la vida. Desde el cortejo del palomo a su pareja, la construcción del nido, empollar los pequeños huevos durante 18 días, volteándolos, turnándose entre hembra y macho. Y por fin, la maravilla de romper el cascarón. Una masa de carne con apenas forma de ave.
En un par de semanas ya eran un par de pichones hermosos. Como todo lo que El Creador hace. Alabado sea Dios.
Había que darles de comer, limpiar el palomar, ordenar, construir. Valió la pena. Nunca me comí ningún pichón, a pesar de que papá quería hacerlo. Nunca vendí ninguno. Solamente gozaba verlos crecer, verlos volar juntos, hacer pareja, hacer nido. Repetir el ciclo de la vida.
Con el tiempo cerré el palomar. Los deje irse a buscar otra casa. Adán y Eva permanecieron en el techo de la casa por algunos meses. Era su casa. Finalmente se fueron.
Hoy las recordé. Fueron parte de mi vida... De los "Años Maravillosos"
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