domingo, 24 de abril de 2011

Adán y Eva

     Durante la secundaria tuve la oportunidad de criar palmas.  No eran palomas de raza, tampoco eran mensajeras. No las criaba para concursar ni tampoco para hacer negocio. Lo hice por el simple gusto de ver crecer estas espléndidas aves.

     Todo inicio con una pareja. Me las regaló papá. Les construí un palomar -si a ese primer intento se le podía llamar así. Fue el primer burdo intento de palomar para el que use láminas, tablas y un montón de material de desperdicio, que por no extraña razón se encontraba en la azotea de la casa (la costumbre de guardar -por si algún día sirve para algo).

     A esa primera pareja de pichones les puse por nombre Adán y Eva. Me queme el coco. Pero con el paso de los años llegue a tener un ciento de palomas y un palomar muy decente.

     Adán y Eva siempre fueron mis palomas preferidas. De color blanco con el cuello y la cabeza gris. En especial  el macho tenía en el cuello colores vivos entre verde y azul, muy brillantes y tornasolados.  Les corté las alas al principio, para que hicieran nido y conocieran esa casa como su casa.

     El primer nido fue un fracaso. Culpa mía. Llovió y se mojo. Se malograron los huevos.  La segunda vez, ya con un palomar mejor logrado, nació la primer pareja de pichones. Que maravilla es el ciclo de la vida. Desde el cortejo del palomo a su pareja, la construcción del nido, empollar los pequeños huevos durante 18 días, volteándolos, turnándose entre hembra y macho. Y por fin, la maravilla de romper el cascarón. Una masa de carne con apenas forma de ave.

    En un par de semanas ya eran un par de pichones hermosos. Como todo lo que El Creador hace. Alabado sea Dios.

     Había que darles de comer, limpiar el palomar, ordenar, construir.  Valió la pena. Nunca me comí ningún pichón, a pesar de que papá quería hacerlo. Nunca vendí ninguno. Solamente gozaba verlos crecer, verlos volar juntos, hacer pareja, hacer nido. Repetir el ciclo de la vida.

    Con el tiempo cerré el palomar. Los deje irse a buscar otra casa. Adán y Eva permanecieron en el techo de la casa por algunos meses. Era su casa. Finalmente se fueron.

   Hoy las recordé. Fueron parte de mi vida... De los "Años Maravillosos"

sábado, 12 de febrero de 2011

¡Chiras Pelas!


    En aquellos años de la primaria, uno de los juegos más populares eran las canicas. ¿Sabes lo que es una canica? Porque si no, ni sigas leyendo, para que…

    El juego de canicas tiene muchas variaciones, por época, pueblo, país, etc y según el juego, eran las reglas. La forma en que lo jugábamos nosotros tenía muchas reglas, y a cada regla se asociaba una frase, como “Chiras Pelas”


    Pero ¿cómo jugábamos?: Lo tradicional era jugar en un campo de tierra. Se pintaba una raya en el piso, y esta era la salida. Todos los jugadores, parados “Atrás de la Raya”, usaban su “tirito”, o sea, su canica favorita.  Tiraban tratando de acercarse al “Hoyito”, un agujero poco más grande que el tamaño de una canica. El hoyito estaba a unos tres metros de la raya.

    La finalidad del juego era eliminar a todos los oponentes. La forma más sencilla era meter tu canica en el hoyito, con lo cual obtenías el poder de matar a cualquier oponente con solo pegarle.  Las frases usadas eran entonces: “Entrus” cuando la metías en el hoyo, “Las traigo”, para indicar que podías matar a otros y, “Pelas” cuando matabas a un oponente.

    Cuando esto pasaba, quedabas fuera del juego hasta que solo quedara un vencedor. Por supuesto que cada que un jugador quedaba pelas, pagaba con una canica al que lo mataba y, al final, todos pagaban otra canica al que quedaba vencedor.

    Cuando te iban a tirar para matar, tenías la opción de decir “Chiras Pelas”, antes de que tirara. Esto significaba que si al tirarte a ti, le pegaba al mismo tiempo a dos jugadores, hacia “Chiras” y por tanto él era el que quedaba “Pelas”.

   Había otra forma de matar a tus oponentes, cuando “No Las Trais”. Si le pegabas a un oponente y lo hacías cruzar la “rayita” entonces también estaba muerto. Si al tirar, tu salias de la raya y el no, el muerto eras tú. Pero esto también tenía sus variaciones. Podías pedir “Hay Palomas y Calacas”. Esto significaba que si tu canica salía pero la del oponente no, quedabas muerto tu, pero si salían las dos, los dos se morían.

    Existían muchas más reglas, como “pinta tu raya”, “Altas en sus rodillas”, “Bajas”, “Altas y bien paradas”.  Casi todas las reglas suenan a doble sentido. Cuando yo jugaba no me daba cuenta de eso, pero ahora que lo escribo…


    Yo era de los que siempre regresaba a casa sin canicas. Mi hermano mayor, salía solo con una canica y regresaba con las bolsas llenas.

                        Ah, y había que tirar de “huesito”, 
                                    porque solo las niñas tiraban de “uñita”.

La Zapata

    La primaria en que estudié, la Escuela Primaria Emiliano Zapata, era conocida por todos nosotros como “La Zapata”. Está localizada en el corazón de la Colonia Industrial, al Norte de la Ciudad de México.  Sobre la avenida Fundidora de Monterrey y dividiendo en dos la calle Victoria, ocupaba un  área de unos 5,800 metros cuadrados. Y digo ocupaba, porque ahora ya son dos escuelas.  La dividieron en dos. Cuestión de Sindicatos, plazas…

    El edificio, de dos pisos, tenía salones a todo el derredor. En el centro estaba la” plataforma”, elevada como un metro, usada para las ceremonias.  Todos los Lunes se iniciaba la semana con los honores a la Bandera y cantando el Himno Nacional.  Además había ceremonias en días especiales para conmemorar algún héroe o día nacional.

    A espaldas de la primaria, en la misma manzana, se encontraba un jardín de niños. Jardín de niños “Ángel de Campo”. En él estudie el “kínder”.

En mis tiempos de primaria, la directora titular era la profesora Justina González. La recuerdo como una persona baja de estatura, pelo cano recogido en un chongo, como usaban las abuelitas de ésa época.  Voz fuerte, de movimientos rápidos y expresión dominante. Debió haber hecho muy buen trabajo, hoy existe una primaria con su nombre.

    Las clases iniciaban a las ocho de la mañana, y se anunciaba con el toque de la “campana”, que era un tramo de riel colgado junto a la escalera al que golpeaba el conserje, Don Eligio,  con un tramo de tubo. La campana se tocaba después para el recreo, de 10:00 a 10:30. La salida de clases era escalonada. Primero y segundo salían a las 12. Tercero y cuarto a las 12:30 y quinto y sexto año a la una de la tarde. Supongo que para evitar aglomeraciones a la salida y peleas entre chicos y grandes.

    Mis Maestras: Primer año, Rosita. Segundo año, Caridad. Tercero, Carmen. Cuarto año, Carmelita. Quito, Alicia  y, sexto año,  Griselda. De esta última tengo muy buenos recuerdos. Aprendí a usar una de las herramientas más importantes en las matemáticas y que he usado prácticamente toda la vida: “La regla de Tres”.

    Lo que nunca aprendí, fue ortografía. Todos los días se hacía un dictado. Intercambiábamos hojas con el compañero de al lado para calificarlo y por cada palabra mal escrita, quedaba de tarea escribirla 15 veces cada una, por supuesto que bien escrita. A pesar de haber hecho miles de palabras durante el sexto año, mi ortografía no mejoro absolutamente nada. Bendito Word que tiene corrector ortográfico, que sería de lo que escribo sin él.

martes, 13 de julio de 2010

Dos por dos...

Era segundo de primaria. Para entrar al salón de clase nos formábamos frente a la puerta, donde se sentaba la maestra Caridad a la puerta, y como en confesionario, preguntaba, uno por uno, las tablas de multiplicar.

Dos por uno, dos; dos por dos, cuatro; dos por tres… Y si te equivocabas, podías recibir algún pellizco. Lo que si era seguro es que regresabas a la cola y tenias que repetir tantas veces fuera necesario, hasta que te supieras la tabla completa.

No recuerdo en cuánto tiempo me aprendí las tablas. Si recuerdo que cuando terminamos con la tabla del 10, la temática de preguntas cambio a multiplicaciones al azar: 3x4, 7x6, 8x8… Y se repetían las colas y los castigos.

La verdad es que era un método muy efectivo para aprenderte las tablas de multiplicar. Nadie quería formarse más de una vez en la cola. Mucho menos recibir un jalón de patilla o un coscorrón por mostrar que de plano no habíamos aprendido la tarea.

Podías pasarte media mañana en la puerta del salón practicando hasta que te la aprendías y pedias audiencia a la maestra para que te escuchara el canturreo.

Hoy ya no se permiten castigos físicos. Creo que tampoco se obliga a los estudiantes a que se aprendan las tablas de multiplicar. Dicen los jóvenes que para qué. Si las calculadoras y las computadoras hacen todo. Yo tengo mis dudas que eso sea cierto, y prefiero el método antiguo... a lo mejor sin coscorrones.

La maestra Caridad era conocida por los alumnos como la más regañona, estricta y difícil del segundo año. A lo mejor de toda la escuela. Pero también era conocida por las mamás como la mejor maestra de segundo año. Hoy pienso que tuve suerte en haber estado con esa maestra. Aunque todavía se me olvidan algunas tablas...


lunes, 7 de junio de 2010

A la salida en Pemex...

Mis años de primaria fueron en la Escuela Primaria Emiliano Zapata (21-093 Todavía me acuerdo que teníamos que poner el código de la escuela cuando hacíamos algún trabajo).

La escuela estaba, y está todavía sobre Fundidora de Monterrey, una calle de la Colonia Industrial, al Norte de la ciudad de México, cerca de la Basílica de Guadalupe. La Industrial es una colonia urbanizada en los años cincuenta. Los nombres de las calles corresponden a empresas e industrias mexicanas que existían o existieron en México. Calles como Pemex, Real del Monte (minera), Buen Tono (tabacalera), Necaxa (electricidad), Excélsior (periódico), San Rafael (papelera), etc. Las calles en que nací, crecí y viví mi infancia a inicios de los años 50.

Actualmente la escuela está dividida en dos escuelas primarias (parte del sistema mexicano para repartir más plazas). Una conserva el nombre de Emiliano Zapata y la segunda no lo se.

Recuerdo mis peleas callejeras con mis compañeros de escuela. No eran muy seguido, pero se daban. Cuando se “calentaba la cosa”, no era prudente pelearnos dentro de la escuela, por lo que quedábamos de vernos saliendo de clases. La frase era conocida por todos: “¿A la salida en Pemex?“. Y respondíamos con la misma frase: ”A la salida en Pemex”. Pemex era una pequeña calle, a espaldas de la escuela, era el ring oficial para discernir diferencias.

Las peleas tenían un código muy sencillo. Nada de patadas. Nada de “descontones” (pegar desprevenidos). Nada de cabezazos. Si uno está caído, te esperas a que se levante. Y lo más importante, si hay sangre, la pelea terminó. Códigos de caballeros, que se fueron perdiendo con los años. En las peleas en la escuela secundaria, todavía se seguían esos códigos.

En mi caso las peleas eran casi siempre por las simplezas (o tonterías) de siempre. “No me digas así” (los apodos ingeniosos e hirientes), “Me quitaste mi torta”, “Me ganaste el lugar en la fila”.

No pasaba de un ojo morado y un poco de "mole" en la nariz.